El cabo San Pío (Tierra del Fuego) es uno de los dos accidentes geográficos –el otro es la punta Orejas, situada en la Isla Nueva (Chile)- que señala el límite entre el mar Austral y el canal Beagle. Está ubicado a unos 120 km al oeste de Ushuaia, y en los atlas y manuales de geografía clásicos, se lo señala como el sitio más austral del territorio continental argentino. Es allí en donde las tripulaciones celebran el ingreso al canal y es allí, también, en donde se erige el hito que les da la bienvenida: el Faro Cabo San Pío.

Se trata de una construcción modesta; una torre ligeramente curvilínea de ocho metros de altura cuya silueta recuerda, en algo, a los palos borrachos. Y el conjunto -la torre, el balcón, la vidriera y la cúpula- tienen un aspecto tan característico y tan evocativo que bien podría servir como modelo para la cubierta de un libro infantil de “Cuentos de faros y fareros”.

La obra fue construida en marzo de 1919. Este viernes 22 de marzo de 2019, se cumplen cien años desde el día en que, para utilizar el lenguaje que utilizan los hombres de mar, el faro fue librado a servicio.

El cabo y el faro son de difícil acceso. La ruta más próxima (Ruta complementaria J o, en la nueva nomenclatura, Ruta Provincial Nro. 30) termina en el apostadero Moat de la Prefectura Naval Argentina. Desde allí, es necesario recorrer unos 20 o 25 km a lo largo de una serie de playas, bosques y turbales que, todavía hoy, plantean un desafío de cierta envergadura. También es complejo el acceso por vía marítima; las costas del cabo y sus inmediaciones están caracterizadas por la presencia de acantilados abruptos y de cierta altura, y el sitio reparado más próximo (una playa de cantos rodados de unos pocos cientos de metros de extensión) está situado varios kilómetros al oeste. Tal vez sea por eso –o, tal vez, a pesar de eso- que el Gobierno de Tierra del Fuego ha iniciado un proceso tendiente a construir una ruta escénica y turística que corra a lo largo del Canal Beagle entre Ushuaia y, precisamente, el cabo San Pío. No caben dudas de que, una vez que esa ruta esté construida, el cabo seguirá siendo el cabo y el faro seguirá siendo él mismo. Pero algo de lo que los convierte en únicos (el aislamiento, la dificultad de acceso o, quizás, el mero hecho de que casi no reciben visitantes) habrá desaparecido.

La expedición

En el mes de noviembre de 2018, y en el curso de la realización de una película documental acerca de Natalie Goodall y el desarrollo de sus actividades de investigación sobre ballenas y delfines, un grupo de personas tuvo ocasión de visitar el faro. Se trata, como se ha señalado, de una construcción emblemática y de un alto valor histórico y simbólico, emplazada en un sitio especialmente significativo. Pero el tiempo, las dificultades de acceso y mantenimiento y, sobre todo, el rigor de la intemperie fueguina, lo han deteriorado sensiblemente. Es por eso que, al regreso de esa visita, los viajeros iniciaron una campaña orientada a reunir un grupo de vecinos dispuestos a viajar al faro y contribuir a devolverle la gracia y la elegancia que tuvo en el pasado.

Es posible que, en otros sitios de la Argentina, un plan de este tipo sería visto como una excentricidad. Pero los habitantes de Tierra del Fuego han dado numerosas pruebas de la manera en que valoran los atributos singulares de la tierra en que viven y, muy especialmente, de los sectores más aislados y menos accesibles de la misma. De hecho, bastó que fuera formulado para concitar el entusiasmo de los primeros voluntarios.

El objetivo principal de la expedición es, según se ha dicho, limpiar y pintar el faro y celebrar sus cien años de servicio. Y, visto el interés que despertó el proyecto, se decidió registrar esas actividades, po lo que se obtuvieron los fondos y los recursos necesarios para producir un documental. Pero eso no es todo; este proyecto -al que los expedicionarios han bautizado con el nombre “Intemperie”- tiene un fin secundario. Porque, a pesar de que se ha diseñado un programa de trabajo ordenado, se sabe que, cuando se trata de actuar en las áreas silvestres de la Patagonia, es muy posible que surjan dificultades que no se habían previsto: la lluvia, el viento, las condiciones del terreno o del mar, la nieve aún en un mes en el que su ocurrencia es poco frecuente, y muchas más. Y que, por lo tanto, ningún plan de acción tiene el éxito garantizado. Pero todos los que han vivido y trabajado en Tierra del Fuego aprendieron que eso no importa; que el verdadero objetivo de lo que hacemos es intentarlo y que aquello que en otros sitios podría ser visto como un fracaso, acá forma parte de un aprendizaje. Un aprendizaje que, seguramente, servirá para volver a intentarlo. Porque, si se tuviera que decir de qué se trata “Intemperie”, se trata la vida en Tierra del Fuego. Esa sería la respuesta: se trata de intentarlo; intentarlo una vez más e intentarlo siempre.

Integrantes del proyecto “Intemperie”: Alejandro Winograd; Alejandro Rivero; Agustín Arce; Lino Adillon; Mauricio Cappello; Flavio Strongoli; Aldo Donoso; Santiago Donoso; Jonatan Lugo; Francisco Buján y Gerardo Rizzo.