No es fácil que alguien encuentre su lugar en el mundo. A veces se tarda una vida para hallarlo o darse cuenta de que el lugar es ese en el que se ha vivido siempre. Puede ser también que se sepa luego de irse a otro lado, porque se hace insostenible e impostergable el regreso; o que se descubra al abrir un libro y ver ahí el dibujo de un sitio familiar, lleno de lo que se ama; el dibujo de un lugar que significa todo…

Bien podría ser esta la experiencia de Sol Cófreces, ilustradora de libros infantiles que hizo su primera producción para una amiga que quería editar una leyenda fueguina, allá lejos y hace tiempo…

Tal vez sin saberlo y tal vez con toda la intención, reflejó en esos dibujos para la edición de su amiga los colores, las formas, las texturas y las expresiones de ese lugar que “es pura naturaleza: las montañas, la nieve, el mar. Todo te conmueve. La verdad agradezco a mis padres haberme traído a tan hermoso lugar”, como le dijo Sol a La Vidriera Fueguina.

Nací en Capital Federal donde viví con mi familia hasta el ‘82, año en que me vine a vivir a Ushuaia. Cursé la primaria en el Don Bosco y el secundario en el José Martí”, contó la artista que de nuevo relaciona directamente con sus padres aspectos importantes de su vida, como su inclinación por el dibujo: “creo que tanto mi mamá (psicopedagoga) como mi papá (arquitecto) generaron una influencia directa. No solo desde sus profesiones, sino también en su crianza. Siempre me permitieron elegir mi camino libremente”.

Siempre me gustó dibujar y sobre todo pintar. Viene conmigo desde el principio. Lo hacía constantemente, y lo disfrutaba mucho. Pintaba todo lo que se me cruzaba, desde la pared de mi cuarto, mi ropa… Antes de irme tomé clases intensivas con Eduardo Nicolai (Nico), que me abrió un nuevo panorama, porque hasta el momento era autodidacta”, explicó la artista.

Tras su etapa escolar, Sol cursó y se recibió en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón para regresar luego a su Ushuaia querida, donde todo se alineó para dar a luz al generador creativo de su obra.

En 2006, ya de regreso a la capital fueguina, Sol recibió el pedido de una amiga para que le ilustre una leyenda que sería editada. Para ella, ahí empezó todo…

Si, de alguna manera fue el puntapié inicial. Creo que a partir de ahí pude canalizar mi obra hacia los libros ilustrados y el poder contar historias con imágenes

¿Cómo fuiste alimentando ese período y de qué manera intervino el entorno fueguino?

– El entorno me influye directamente. No dejo de sorprenderme de este lugar tan hermoso. La naturaleza me conmueve y trato de llevar ese sentir al papel.

Tu público final pareciera ser el infantil, pero antes hay que atrapar a los adultos y eso supone un universo complejo. ¿Cómo se unifican y se satisfacen ambos intereses?

– No me condiciono mucho pensando para quien es el libro. Simplemente pienso en que pueda llegar al interior de quien lo tenga, sin importar la edad.

Sol Cófreces ama lo que hace y ama donde vive. La naturaleza de su entorno la sigue conmoviendo casi como algunos de los máximos exponentes de la pintura por los que ella tiene especial sensibilidad: Van Gogh, Monet, Matisse y Caravaggio; o los grabadores japoneses y representantes del mundo de la ilustración como Rebecca Dautremer, Shaun Tan, Carll Cneut, Wolf Erlbruch, Marjorie Pourchet y Beatrice Alemagna, entre otros, tal como le dijo hace un tiempo a Infobae en una nota que la define como la “ilustradora del fin del mundo”.

Ha ilustrado más de una decena de libros y durante años sus trabajos se publicaron en la revista Colores Complementarios, sumando una producción de obras que atravesó hace mucho la línea de lo contable.

Sol Cófreces, más que ilustradora del fin del mundo, una artista plástica bien nuestra…